Cualidad de los seres, de las cosas y de las acciones, de permanecer. Es lo contrario de la trascendencia: cualidad de pasar o cambiar.
En la Filosofía se alude con este termino a la propiedad interior del ser de no cambiar mientras sea lo que es. Por eso el estilo inmanentista, propio de los absolutismos, panteísmos y en parte materialismos, presupone la seguridad de que las cosas son como se dicen y no hay cambio posible.
Sin embargo la experiencia enseña que el ser creado está en continua mutación y que el cambio es ley de vida. Educar para una visión dinámica, no relativista ni subjetivista, de la existencia es básico en el cristianismo. La vida, la felicidad, la gloria, las propiedades, las cualidades en este mundo pasan. Sólo Dios permanece. Llegar a hacer que el educando entienda este principio es disponer su menta para que piense en la eternidad y ayudarle a aceptar el cambio cuando el momento del dolor llegue.
La inmanencia es la contraparte de la transcendencia. Teológicamente, la primera connota la presencia de Dios dentro del mundo y sus procesos, la segunda la superioridad de su existencia por sobre y más allá de la esfera temporal. El panteísmo, el cual presume descubrir a Dios en todas las cosas a través de todo el orden natural, es una forma familiar de la teología de la inmanencia. Sus resultados son identificar a Dios con el universo. En la teología contemporánea se puede encontrar con más frecuencia este inmanteísmo en los escritos de aquellos que, mientras, por un lado, buscan evitar confundir al Creador con su creación de todos modos mantienen que la actividad de Dios sólo se realiza dentro del curso normal de la naturaleza y que sus operaciones «creativas» se pueden discernir en el desarrollo natural de nuevas formas orgánicas que surgen en el supuesto proceso evolucionario: la acción divina se considera como operando desde dentro más bien que desde fuera, como natural más bien que sobrenatural. Por otra parte, el concepto bíblico combina las ideas de la inmanencia y la transcendencia: Dios es inmanente en el sentido de que él está presente en todas partes (Sal. 139) y en que el orden de la naturaleza revela en forma inequívoca su acción y su poder y soberanía eterna (Sal 19; Ro. 1:20); Dios es transcendente en el sentido que en su ser y majestad él está infinitamente por sobre todo lo que es humano y temporal.
Referencia Bibliográfica:
Philip Edgcumbe Hughes
Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (318). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.