¿Deben los cristianos casados con inconversos divorciarse? | John MacArthur

¿Deben los cristianos casados con inconversos divorciarse? | John MacArthur

Directrices para los cristianos casados con inconversos que quieren seguir casados

“Y a los demás yo digo, no el Señor: Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone. Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos.” (1 Corintios 7:12-14)

¿Qué podían hacer los cristianos que ya estaban casados con inconversos, aún posiblemente con paganos inmorales e idólatras? ¿Eran libres para divorciarse de la persona con la que estaban unidos en yugo desigual y eran luego libres para permanecer solteros o para casarse con un creyente? Estas eran preguntas sinceras. A la luz de la enseñanza de Pablo de que sus cuerpos eran miembros (de Cristo y templos del Espíritu Santo (6:15-20), los cristianos corintios estaban preocupados con razón acerca de sí debían o no seguir unidos en relación marital con un inconverso. Puede que algunos pensarán que semejantes uniones eran como juntar a Cristo y Satanás, y, que profanaban al creyente, a los hijos y deshonraban al Señor. El deseo de tener un esposo-esposa cristiano podía ser muy fuerte.

Jesús no había enseñado directamente acerca de ese problema, y por eso Pablo dice: “Y a los demás yo digo, no el Señor”. Eso no es una negación de la inspiración o una indicación (Pablo está solo dando su propia opinión humana. Solo está diciendo que el Señor no había dado ninguna revelación previa acerca del asunto, pero Pablo la estaba dando ahora. Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone.

Los cristianos casados con inconversos no tenían que preocuparse de que ellos, su matrimonio o sus hijos pudieran quedar impuros por el cónyuge inconverso. Por el contrario, lo opuesto era lo cierto. Tanto los hijos como el esposo inconverso quedarían santificados por medio del marido o mujer creyente.

Estar unido en yugo desigual, ser una carne con un inconverso, puede ser frustrante, desalentador e incluso costoso. Pero no tiene por qué hacerlos impuros, puesto que un creyente puede santificar un hogar. En este sentido santificar no se refiere a salvación; de otro modo el cónyuge no estaría hablando de inconverso. Se refiere a que es separado, que es el significado básico de santificar y de santo, términos que vienen de la misma raíz griega. La santificación es matrimonial y familiar, no personal o espiritual. A los ojos de Dios un hogar es separado para Él cuando el marido, la mujer o, por implicación, cualquier otro miembro de la familia, es un cristiano. Ese hogar no es cristiano en el sentido pleno, pero es inmensamente superior al que es totalmente incrédulo.

Aun si el cristiano es ridiculizado y perseguido, los inconversos en la familia son bendecidos a causa de aquel creyente. Un cristiano en un hogar bendice todo el hogar. La presencia de Dios en aquel creyente y todas las bendiciones y gracias que fluyen desde el cielo en la vida del creyente se desbordarán y enriquecerán a todos los que estén cerca.

Además, aunque la fe del creyente no puede extenderse para la salvación de otros, sino solo para él, él o ella es a menudo el medio por el cual otros miembros de la familia llegan a conocer al Señor mediante el poder de su testimonio.

Una mujer joven se me acercó después del culto de un domingo por la mañana y me dijo que cuando ella era una niña su abuela era la única cristiana en la familia. La abuelita acostumbraba a hablar del amor de Cristo y daba testimonio a la familia mediante lo que decía y lo que hacía. Finalmente, tres de los cuatro nietos llegaron a conocer al Señor, y reconocían que su abuelita había sido la más grande influencia en su decisión por Cristo.

Cuando Dios estaba a punto de destruir Sodoma, Abraham le rogó que perdonara a la ciudad si se encontraban cincuenta justos dentro de ella. “Entonces respondió Jehová: Si hallare en Sodoma cincuenta justos dentro de la ciudad, perdonaré a todo este lugar por amor de ellos” (Gn. 18:2). Cuando no pudieron encontrar los cincuenta, el patriarca redujo el número a cuarenta y cinco, luego a cuarenta, a treinta, a veinte y, por último, a diez. En cada ocasión el Señor estuvo de acuerdo en perdonar la ciudad, pero ni siquiera pudieron encontrar diez justos. Lo importante es que Dios estaba dispuesto a bendecir a tantos impíos por amor de unos pocos de sus hijos fieles que estuvieran en su medio.

Además, Dios mira a la familia como una unidad. Aun si está dividida espiritualmente y la mayoría de sus miembros son inconversos e inmorales, toda la familia queda bendecida por el creyente que vive entre ellos. Por lo tanto, si un cónyuge inconverso está dispuesto a quedarse, el creyente no debe procurar el divorcio.

El cristiano no debe tener temor de que los hijos vayan a ser inmundos, contaminados por el padre o la madre inconverso. Dios promete que lo opuesto es lo cierto. De otra manera vuestros hijos serían inmundos si ambos padres fueran inconversos. Pero el Señor garantiza que la presencia de un padre cristiano protegerá a los hijos.

No quiere decir que su salvación esté asegurada, pero que quedan protegidos de algún daño espiritual indebido y que recibirán bendición espiritual. Debido a que participan en los beneficios espirituales del padre o madre creyente, son santos. A menudo el testimonio de uno de los padres creyente en esta situación es especialmente eficaz, porque los hijos suelen ver un claro contraste con la vida del padre inconverso, y eso los lleva a la fe salvadora.

Fragmentos de Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: Primera Corintios (p. 198 – 200).

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