Mi alma está angustiada, sumergida en un pozo de dolor y sufrimiento. Mi corazón late con ansiedad, ha perdido el rumbo. Se ha desviado de los senderos que conducen a la paz. “No hay retorno”, grita en silencio. Desesperada y angustiada, mi alma se desvanece. Ha perdido la esperanza de un nuevo amanecer, de una nueva oportunidad.
“Vístete de cilicio, vuelve tu mirada al Creador, alza tu voz al cielo, que retumben los truenos y la lluvia se desborde. Que el mundo sienta tu dolor y el Señor se apiade de ti, que tu clamor llegue a sus oídos y te conceda la paz que tanto anhelas.” Así susurra mi alma a su propio corazón.
A pesar de su dolor, la necedad la domina, se aferra al camino que la llevará a su perdición. ¿Cómo advertirle que sus pasos la conducen al abismo? ¿Cómo hacerle ver que está caminando sobre un puente de cristal que está a punto de quebrarse? Sus ojos están ciegos, sus oídos sordos, y las puertas de su corazón están cerradas con candado. Su caída es inminente.
“¡Ay, Señor mío! ¿En qué momento me desvié de tus senderos? ¿Cuándo cerré mis oídos a tu voz? La distancia que nos separa me hiere profundamente. Solo he encontrado dolor y sufrimiento en este camino. Sin embargo, aunque te extraño con todo mi ser, algo me retiene, impidiéndome volver a ti. Estoy perdida en mi propio laberinto, sin encontrar la salida que me conduzca de regreso a las sendas de paz que tanto anhelo.”
Así mi alma añora las tardes de otoño, cuando las hojas caen de los árboles y el susurro del viento sopla con delicadeza. En aquellos días, disfrutaba de su presencia, y encontraba deleite en la dulzura de su palabra. Momentos que se han ido y no volverán si sigo lejos de Él. Pero ¿qué me impide volver? Exijo una explicación, pero no la encuentro. ¿Quién ha apartado su presencia de mí? ¿He perdido también su amor? El silencio es la única respuesta a mis preguntas y la angustia me consume.
Dios:
"Sabes, hija mía, que mi amor por ti es eterno y no depende de tus obras. Mi gracia soberana te alcanza, no por tus méritos, sino por mi elección. Tus pecados no pueden impedir que te acerques a mí, porque mi Hijo, Jesucristo, fue enviado para otorgarte mi perdón y darte la salvación. No se trata de tu voluntad o esfuerzo, sino de mi propósito soberano. Yo soy el Dios Todopoderoso que escoge a sus elegidos según mi beneplácito. Todo lo hago conforme a mi propósito eterno, y tu salvación es parte de ello. No intentes ganar mi favor, porque ya te he elegido. En lugar de eso, acércate con un corazón arrepentido y recibe mi amor y misericordia. Te mostraré mi gracia y te llenaré de ella, porque te he amado desde antes de la fundación del mundo."
Ahora mi alma se regocija en el Dios de mi salvación. Porque ha encontrado reposo en las sendas de paz que tanto anhelaba. En Jesucristo está la respuesta a todos mis males. Él es el Dios soberano que gobierna el universo y visita a los quebrantados de corazón con amor y compasión.
Mateo 11:28-30 NTV: «Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso. Pónganse mi yugo. Déjenme enseñarles, porque yo soy humilde y tierno de corazón, y encontrarán descanso para el alma. Pues mi yugo es fácil de llevar y la carga que les doy es liviana».
Reflexión de Yo soy más en Cristo (Escrito por Madelin Reyes).