Todo buen cristiano se alegrará al oír a otros decir: «Ven, vayamos a la casa del Señor». Se deleitará en visitar el lugar donde mora Dios y estará ansioso de aprovechar todas las oportunidades de hablar de la muerte del Señor hasta que él venga.
Si quieres caminar con Dios, debes frecuentar la compañía de quienes caminan con él. Dice David en el Salmo 16:3: «Para los santos que están en la tierra, y para los íntegros, es toda mi complacencia». Es indudable que los cristianos de la Iglesia primitiva mantenían su vigor y su primer amor por medio de una comunión continua entre sí.
El apóstol Pablo era plenamente consciente de ello y, por tanto, exhorta a los cristianos a asegurarse de no descuidar las reuniones entre ellos. Porque, ¿cómo habrá de mantenerse uno caliente a solas? ¿Y acaso no nos ha dicho el más sabio de los hombres: «Hierro con hierro se aguza; y así el hombre aguza el rostro de su amigo» (Proverbios 27:17)?
Si examinamos, pues, la historia de la Iglesia o simplemente observamos nuestra propia época, creo que advertiremos que, cuando sobreabunda el poder de Dios, las sociedades cristianas y las reuniones de comunión sobreabundan de forma proporcional. Y, cuando uno decae, las otras entran en declive y se debilitan en paralelo.
Así de necesario es que quienes quieren caminar con Dios y mantener viva la religión se reúnan siempre que puedan, para incitarse mutuamente al amor y las buenas obras.
George Whitefield, (1714 – 1770). Ministro de la Iglesia de Inglaterra, evangelista en el Gran Despertar, uno de los fundadores del metodismo, nacido en Gloucester, Inglaterra.
Tomado de «365 días con George Whitefield«, lecturas seleccionadas y editadas por Randall J. Pederson, puedes adquirirlo en este enlace.