La predicación que no está arraigada en la Palabra de Dios, está cimentada en la opinión y el orgullo del hombre. El apóstol Pablo instruye a su discípulo más joven, Timoteo, y le dice: "Predica la Palabra a tiempo y fuera de tiempo. Reprende; redarguye; exhorta con mucha paciencia e instrucción" (2 Timoteo 4:2).
El predicador de hoy ha minimizado el rol de la Palabra, mientras ha magnificado el rol de su propia palabra. Hoy en día, temiendo ofender a muchos, el predicador se ha alejado de la predicación de la revelación de nuestro Dios. El púlpito de nuestros días es frecuentemente el culpable número uno de la condición del pueblo de Dios. Como decía alguien años atrás: "La gloria del púlpito de la iglesia de hoy es un brillo prestado".
Tenemos que volver a reflejar la gloria de nuestro Dios a través de la predicación de Su Palabra. Necesitamos hombres predicadores que estén completamente comprometidos con el valor de la Palabra, con el honor del nombre de nuestro Dios, con la gloria que ha de ser revelada a Sus hijos. Y la única manera de ver dicho honor, dicha gloria, dicha reverencia es en Su Palabra.
Levantemos la predicación de la Palabra, y la Palabra entonces levantará al pueblo de Dios.
Extraído del libro 95 Tesis para la iglesia de hoy, Miguel Núñez.
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