Dios dijo: "Sed santos, porque Yo soy santo" (Levítico 11:44). ¡Tremenda verdad! Eso es suficiente para enseñarnos que la santidad debe ser la marca distintiva del cristiano. Si hay algo que Dios ha dejado ver es que todo lo que se relaciona con Su ser necesita ser santificado. Su palabra es llamada santa; Jerusalén es llamada "la ciudad santa"; Sus hijos son llamados "los santos del Señor"; los ángeles son llamados "santos".
La única manera de poder reflejar la santidad de nuestro Dios es caminando en integridad de corazón delante de Él. La falta de santidad en la vida de los cristianos no es más que un reflejo de la trivialización de Dios en nuestras vidas.
El pecado de la iglesia del siglo veinte y veintiuno es justamente lo que acabo de decir: un Dios pequeño producirá una idea de santificación igualmente pequeña, y producirá, por tanto, una adoración en los adoradores de igual tamaño. Necesitamos levantar la imagen caída de nuestro Dios, dejada caer por el predicador de nuestros días.
La única forma de hacer eso es levantando el estándar de la predicación, porque es justamente en la Palabra de Dios donde Él proyecta Su imagen. Nuestra misión no es simplemente pintar una imagen de Dios; es más bien convertirlo en una ventana a través de la cual el hombre pueda ver a Dios tal como Él se ha revelado en Su Palabra.
¡Sé tú dicha ventana!
Extraído del libro 95 Tesis para la iglesia de hoy, Miguel Núñez.
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