Sé que hoy no es un día fácil para ti. Sientes que tu caminar con Dios ha perdido fuerza, que antes estabas más cerca, más firme, más encendido… y ahora todo parece nublado, distante, frío. Te preguntas: ¿Qué me pasó? ¿Por qué no avanzo? ¿Estoy retrocediendo? Quiero decirte algo con todo mi corazón: no estás solo, y esta sensación no significa que Dios se haya alejado de ti.
El alma cansada tiende a interpretar el silencio como abandono y el estancamiento como derrota. Pero muchas veces, lo que tú percibes como un retroceso, es en realidad una invitación a detenerte, examinarte y volver al abrazo del Padre. La vida espiritual no es una línea recta; es una batalla diaria en un terreno de guerra. A veces nos sentimos fuertes, y otras veces somos conscientes de lo débiles que realmente somos. Ambas cosas son parte del proceso de Dios en nuestras vidas.
¿Recuerdas a Pedro? Él caminó sobre las aguas, y luego se hundió. ¿Y Elías? Llamó fuego del cielo y luego pidió morir en una cueva, agotado y con miedo. ¿David? Fue llamado hombre conforme al corazón de Dios, pero también cayó profundamente. ¿Qué nos muestran sus historias? Que aun los hombres más cercanos a Dios tuvieron momentos de debilidad, retroceso aparente y cansancio. Pero Dios no los abandonó. Al contrario, los restauró con amor.
Tú no eres definido por tu momento más oscuro, ni por tu temporada más seca. Eres definido por Aquel que te llamó, te salvó y te sostiene. “Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse” (Proverbios 24:16). En Cristo, hay gracia para volverte a levantar. Hay poder para restaurarte. Hay misericordia nueva esta mañana.
Tal vez hoy no tengas fuerzas para correr ni para caminar, pero aun si solo puedes susurrar una oración débil, eso es suficiente. A veces la fe no se ve como una gran victoria, sino como una pequeña decisión: seguir orando aunque no sientas nada, seguir leyendo la Palabra aunque parezca seca, seguir asistiendo a la iglesia aunque el corazón esté adormecido. Es en esa perseverancia silenciosa donde muchas veces Dios obra con mayor profundidad.
No ignores el cansancio, pero tampoco lo glorifiques. Llévalo a los pies de Cristo. Él no desprecia al quebrantado; lo sana. No rechaza al débil; lo fortalece. No se aleja del confundido; lo guía con ternura. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).
Alma cansada, recuerda que estás en el taller del Alfarero. Él no ha terminado contigo. No bajes los brazos. No abandones la carrera. Aunque hoy parezca que das pasos hacia atrás, recuerda que Dios aún está escribiendo tu historia. Él es fiel, incluso cuando tú no lo eres.
Con esperanza y oración,
Un hermano en la fe que también ha estado allí
Esta carta fue publicada originalmente por www.teologiasana.com