El período de transición | Charles Hodge

El período de transición | Charles Hodge

A. La necesidad de una declaración más definida de la doctrina.

La forma bíblica de la doctrina de la Trinidad, tal como ha sido dada hasta aquí, incluye todo lo esencial para la integridad de la doctrina, y todo lo que es abrazado en la fe de los cristianos ordinarios. Pero no es todo lo incluido en los credos de la Iglesia. Es característico de las Escrituras que las verdades presentadas en ella se exhiben en una forma en las que se dirigen a nuestra consciencia religiosa. Es a esta característica de la Palabra de Dios que se debe atribuir su adaptación al uso general.

Una verdad a menudo se encuentra en la mente de la Iglesia como objeto de fe mucho antes de que sea formulada doctrinalmente; esto es, antes que sea analizada, su contenido claramente determinado, y sus elementos expuestos en sus mutuas relaciones. Cuando una doctrina tan compleja como la de la Trinidad es presentada como objeto de fe, la mente se ve obligada a reflexionar sobre ella, a emprender la determinación de lo que incluye, y cómo se deben anunciar sus varias partes de manera que se evite la confusión y la contradicción.

Además de esta necesidad interna de una declaración definida de la doctrina, esta declaración fue forzada sobre la iglesia desde fuera. Incluso entre aquellos que honradamente tenían la intención de recibir lo que las Escrituras enseñaran acerca de la cuestión era inevitable que surgiera diversidad en el modo de enunciarlo, y confusión y contradicción en el uso de los términos.

Como la Iglesia es una, no meramente en lo externo, sino de manera real e interna, esta diversidad y confusión son tanto un mal, un dolor y un embarazo, perturbando su paz interna, como lo serían una semejante consecuencia y confusión en una mente individual. Por ello, había una necesidad interna y externa, en la misma Iglesia, de una declaración clara, inclusiva y consistente de los varios elementos de esta compleja doctrina de la fe cristiana.

B. Conflicto con el error.

Además de la necesidad de de un enunciado de la doctrina que diera satisfacción a las mentes de los que la recibían, había la necesidad adicional de guardar la verdad de las malas influencias de exhibiciones falsas o erróneas de la misma. La convicción de que Cristo es una persona divina estaba profundamente asentada en las mentes de todos los cristianos.

La gloria que Él exhibió, la autoridad que Él asumió, el poder que Él manifestó, los beneficios que Él  confirió, demandaban el reconocimiento de Él como el Dios verdadero. Pero no menos fuerte era la convicción de que hay un solo Dios. La dificultad residía en conciliar estos dos artículos fundamentales de la fe cristiana. El modo de resolver esta dificultad por el rechazo de uno de estos artículos para mantener el otro fue repudiado por común consentimiento.

Había los que negaban la divinidad de Cristo, tratando de dar satisfacción a las mentes de los creyentes presentándole como el mejor de los hombres, como lleno del Espíritu de Dios; como el Hijo de Dios, por su milagrosa concepción; o como animado y controlado por el poder de Dios; pero, no obstante, un mero hombre. Esta perspectiva acerca de la persona de Cristo fue tan universalmente rechazada en la Iglesia primitiva cuando apenas se originó esta controversia.

Los errores contra los que tuvieron que contender los que abogaban por la doctrina de la Trinidad eran de orden superior. Era naturalmente inevitable que ambos partidos, los proponentes y los opositores de la doctrina, se valieran de las filosofías corrientes de la época. Consciente o inconscientemente, todos los hombres están más o menos controlados en su forma de pensar acerca de las cuestiones divinas por las opiniones metafísicas que prevalecen entre ellos, y en las que han sido educados. Por ello, encontramos que el gnosticismo y el platonismo colorearon las perspectivas de los proponentes y de los opositores de la doctrina de la Trinidad durante el periodo Ante-Niceno.

Los gnósticos.

Los gnósticos sostenían que había una serie de emanaciones del Ser primordial, de diferentes órdenes o rangos. Era natural que los adictos a este sistema, y que profesaran ser cristianos, presentaran a Cristo como una de las más altas de estas emanaciones, o cones. Esta visión de su persona admitía que fuera considerado como consustancial con Dios, como divino, como el creador del mundo, como una persona distinta, y que tuviera al menos una unión aparente o docética con la humanidad. Por ello, cumplía algunas de las condiciones del complicado problema a resolver.

Sin embargo, representaba a Cristo como uno de una serie de emanaciones, y lo reducía a la categoría de los seres dependientes, exaltado por encima de los otros de la misma clase y rango, pero no de naturaleza. Además, involucraba la negación de su verdadera humanidad, que era esencial para la fe de la Iglesia, y tan entrañable para su pueblo como su divinidad. Por ello, todas las explicaciones de la Trinidad basadas en la filosofía gnóstica fueron rechazadas como insatisfactorias y heréticas.

Los platonistas.

El sistema platónico, tal como fue modificado por Filón y aplicado por él a la explicación filosófica de la teología del Antiguo Testamento, tuvo mucha más influencia en las especulaciones de los primeros Padres que el gnosticismo. Según Platón, Dios formó, o tenía en la razón divina, las ideas, tipos o modelos de todas las cosas, ideas que vinieron a ser los principias vivientes, formativos, de todas las existencias reales.

La razón divina, con sus contenidos, era el Logos. Por ello, Filón, al explicar la creación, presenta al Logos como la suma de todos estos tipos o ideas, que constituyen el kosmos noétos, o mundo ideal. En base de esta perspectiva, el Logos era designado como endiathetos (mente conceptus). En la creación, o auto-manifestación de Dios en la naturaleza, esta razón divina, o Logos, es nacida, enviada o proyectada, deviniendo el logos prophorikos, dando vida a todas las cosas. Filón llamó a Dios, como así manifestado en el mundo, no sólo logos sino también fuios, eikon, huios monogenes, protogonos, skia, paradeigma, doxa, episteme, theou y deuteros Theos.

En la aplicación de esta filosofía a la doctrina de Cristo, era fácil hacer de Él el logos prophorichos, asumiendo y afirmando su personalidad, y presentándolo como especialmente manifestado o encarnado en Jesús de Nazaret. Este intento lo hicieron Justin Mártir, Taciano y Teófilo. Tuvieron éxito en cuanto a que exaltaron a Cristo por encima de todas las criaturas; hacía de él el creador y preservador de todas las cosas, la luz y la vida del mundo.

Pero no satisfizo la consciencia de la Iglesia, porque presentaba la divinidad de Cristo como esencialmente subordinada; hacía su generación antemundana, pero no eterna; y especialmente debido a que la filosofía, de la que había sido tomada esta teoría del Logos, estaba totalmente opuesta al sistema cristiano. El logos de Platón y Filón era solo un término colectivo para denotar el mundo ideal, la idea tón ideeon; por ello, la verdadera distinción entre Dios y el logos era la que existía entre Dios como oculto y Dios como revelado. Dios en sí mismo era ho theos, Dios en la naturaleza era el Logos. Esta, después de todo, es la vieja doctrina pagana panteísta, que hace del universo la manifestación o forma existencial de Dios.

La doctrina de Orígenes.

Orígenes presentó la doctrina platónica de la generación y naturaleza del Logos de una forma más elevada que aquella en la que había sido exhibida en las especulaciones de otros entre los padres. No solo insistió, en oposición a los Monarquianos o Unitarios, en la personalidad distinta del Hijo, sino también en su generación eterna, como opuesta antemundana. Sin embargo, atribuyó su generación a la voluntad del Padre. El Hijo quedó así reducido a la categoría de las criaturas, porque según Orígenes la creación es desde la eternidad.

Otra característica insatisfactoria de todas estas especulaciones acerca de la teoría del Logos era que no dejaba lugar al Espíritu Santo. El Logos era la Palabra, o Hijo de Dios, engendrado antes de la creación a fin de que creara, o, según Orígenes, creado desde la eternidad, pero, ¿qué del Espíritu Santo? Aparece como persona distinta en el servicio bautismal y en la bendición apostólica, pero la teoría del Logos solo daba lugar a una Diada, no a una Triada. 

Por ello, aparece la más grande confusión en las declaraciones de esta clase de escritores acerca del Espíritu Santo. A veces es identificado con el Logos, a veces, es representado como la sustancia común al Padre y al Hijo; a veces, como el mero poder y eficiencia de Dios, a veces, como una persona distinta subordinada al Logos, y una criatura.

La teoría sabeliana.

Otro método para resolver este gran problema y para satisfacer las convicciones religiosas de la Iglesia fue la adoptada por los Monarquianos, Patripasianos, o Unitarios, como se les llamaba indistintamente. Ellos admitían una trinidad modal. Reconocían la verdadera divinidad de Cristo, pero negaban toda distinción personal en la Deidad. La misma persona sería a la vez Padre, Hijo y Espíritu Santo, expresando estos términos las diferentes relaciones en las que Dios se revela a Sí mismo en el mundo y en la Iglesia.

Praxeas, de Asía Menor, que enseña esta doctrina en Roma en el 200 d.C.; Noetus, de Esmirna, en el 230 d.C.; Berilo, obispo de Bostra, en Arabia, el 250 d.C., y especialmente Sabelio, presbitero de Tolemaida, el 250 d.C., por quien esta doctrina recibió el nombre de Sabelianismo, fueron los principales proponentes de esta teoría. El único punto en la que esta doctrina daba satisfacción a las convicciones religiosas de los cristianos era en cuanto a la verdadera divinidad de nuestro Señor. Pero al negar la distintiva personalidad del Padre y del Espíritu, con quienes cada creyente se sentía ligado con una relación personal, y a quienes se les dirigían adoración y oraciones, no podía ser recibida por el pueblo de Dios. Su oposición a la Escritura era patente.

En la Biblia, el Padre es constantemente presentado dirigiéndose al Hijo como «Tú», amándole, enviándole, recompensándole y exaltándole, y el Hijo se dirige constantemente al Padre y todo lo atribuye a su voluntad, de manera que la distintiva personalidad de ellos es una de las doctrinas más claramente reveladas de la Palabra de Dios. Por lo tanto, el Sabelianismo fue pronto casi universalmente rechazado.

Arrianismo.

Aunque Orígenes había insistido en la distinta personalidad del Hijo, y en su generación eterna, y aunque lo llamaba abiertamente Dios, sin embargo no quería admitir su igualdad con Dios. Sólo el Padre, según él, era ho theos, y el hijo era sencillamente theos. El Hijo era theos ek theoun y no auto-theos. Y esta subordinación no era meramente en cuanto al modo de subsistencia y operación, sino en cuanto a naturaleza, porque Orígenes enseñaba que el Hijo era de diferente esencia del Padre, heteros kat' ousian, y que debía su existencia a la voluntad del Padre. Sus discípulos llevaron esta doctrina a su fin lógico, e hicieron abiertamente de Cristo una criatura. 

Esto lo enseña Dionisio de Alejandría, un alumno de Orígenes, que se refería al Hijo como piéma y ktisma, un modo de descripción sin embargo que posteriormente retiró o desvirtuó. Pero queda claro que los principios de Orígenes eran inconsecuentes con la verdadera divinidad de Cristo.

No pasó mucho tiempo, por tanto, antes que Arrio, otro presbítero de Alejandría, mantuviera abiertamente que el Hijo no era eterno, sino posterior al Padre, que Él había sido creado no de la sustancia de Dios, sino ek ouk onton, y que por ello no era homoousios con el Padre. Admitía el que el Hijo había existido antes de ninguna otra criatura, y que era por Él que Dios había creado el mundo.

Se debe recordar constantemente que estas especulaciones eran cuestiones de los teólogos. Ni expresaban ni pretendían expresar la mente de la Iglesia. Ni gran masa del pueblo recogía su fe, entonces como ahora, de manera inmediata de las Escrituras y de los servicios eclesiales. Eran bautizados en nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Se dirigían al Padre como creador de los cielos y de la tierra, y como el Dios y Padre con el que habían sido reconciliados, y a Jesucristo como su Redentor, y al Espíritu Santo como un santificador y confortador.

Ellos amaban, adoraban y confiaban en uno como en los otros. Esta era la creencia religiosa de la Iglesia, que permaneció sin perturbaciones debidas a las especulaciones y controversias de los teólogos, en sus intentos de vindicar y explicar la común fe, Pero este estado de confusión era un gran mal, y a fin de llevar a la Iglesia a un acuerdo en cuanto a la forma en que debía enunciarse esta doctrina fundamental del cristianismo, el Emperador Constantino convocó el Primer Concilio ecuménico, quedebía  reunirse en Nicea, en Nicomedia, el 325 d.C.

Bibliografía

Hodge, C. (1871-1873). Teología Sistemática (Vol. 1, pp. 317-332). Editorial CLIE.

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