Algunos han sido heridos por esta dura espada a causa de experiencias pasadas; otros, en cambio, no logran identificar el origen de su estado emocional. Lamentablemente, el número de cristianos que comprende con misericordia a quienes padecen esta condición es muy reducido. Muchos atribuyen la depresión a una supuesta falta de comunión con Dios o a una vida en pecado. Sin embargo, tales afirmaciones no solo carecen de fundamento bíblico, sino que tampoco contribuyen en nada a la restauración del que sufre.
La Escritura nos llama a no juzgar el corazón ajeno. Es necesario reconocer que nuestras palabras pueden herir profundamente y, en algunos casos, tener consecuencias irreversibles. ¿Es realmente tan difícil escuchar sin juzgar? Si prestamos nuestro oído, que sea para acompañar y no para sermonear. Y si no tenemos la sabiduría para aconsejar, es mejor orar y dejar que sea Dios quien obre en la vida de esa persona, antes que hablar sin gracia y quebrantar un corazón ya herido.

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