Esa frase no se habría utilizado si hubiera algo de verdad en la doctrina de la salvación universal. Si fuera cierto que antes o después todo el mundo llegará al Cielo, y que tarde o temprano el Infierno se quedará vacío, no se podría afirmar que habría sido mejor para un hombre “no haber nacido”. El Infierno no sería un lugar terrible si tuviera fin; se podría soportar pasar por él, si después de millones de años hubiera una esperanza de libertad y de acceder al Cielo.
Pero la salvación universal no tiene cabida en la Escritura: la enseñanza de la Palabra de Dios sobre esta cuestión es clara y explícita. Hay un gusano que nunca muere, y un fuego que nunca se apaga (Marcos 9:44). “El que no naciere de nuevo”, un día deseará no haber nacido en absoluto. “Es mejor —dice Burkitt— no existir, que no tener una existencia en Cristo”.
Aferrémonos con fuerza a esta verdad, y no la soltemos. Siempre habrá alguien que negará la realidad y la eternidad del Infierno. Vivimos en una época en que una morbosa caridad lleva a muchos a exagerar la misericordia de Dios, a costa de su justicia, y en que falsos maestros se atreven a decir que hay un “amor de Dios que baja aun al nivel del Infierno”. Opongámonos a esa enseñanza con un celo santo, y mantengámonos firmes sobre la doctrina de la Sagrada Escritura; que no nos avergüence caminar por las “sendas antiguas”, y creer que hay un Dios eterno, un Cielo eterno y un Infierno eterno.
Si nos apartamos siquiera un momento de esta creencia, estaremos abriendo la puerta al escepticismo, y puede que terminemos negando la mismísima doctrina del Evangelio. Podemos estar seguros de que no hay un puente que una a la creencia en la eternidad del Infierno con lo que no es sino pura infidelidad.
* John Charles Ryle (1816 - 1900), fue un obispo evangélico anglicano inglés. Fue el primer obispo anglicano de Liverpool y uno de los líderes evangélicos más importantes de su tiempo.