Se ha debatido mucho en qué sentido Dios es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen. Algunos, queriendo eliminar la enseñanza bíblica de un infierno eterno, sostienen que aquí Pablo enseña el universalismo, es decir, que todos los hombres serán salvos. Este punto de vista viola un principio fundamental de la hermenéutica conocido como analogia Scriptura. Según ese principio, la Biblia nunca se contradice. Nunca enseñará algo en un pasaje que contradiga lo que ha enseñado en otra parte.
La Biblia enseña con toda claridad que quienes rechazan a Dios serán sentenciados al infierno (Ap. 20:11-15). Mateo 25:41 y 46 afirma que la duración de ese castigo será eterna. En 2 Tesalonicenses 1:8-9 dice que quienes no conocen a Dios y se niegan a obedecer el evangelio sufrirán el castigo eterno lejos de la presencia de Dios. Jesús repetidas veces habló del peligro del infierno (Mt. 8:12; 13:41-42, 49-50; 22:13: 24:51; 25:30; Lc. 13:28). Advirtió solemnemente que los que lo rechacen morirán en sus pecados (Jn. 8:24). El universalismo es sin duda contrario a las Escrituras, ya que las mismas palabras en el original que describen el infierno como eterno también describen a Dios y el cielo como eternos.
Un segundo punto de vista pudiera apodarse el punto de vista potencial/real. Según esta opinión, Cristo es potencialmente el Salvador de todos los hombres, pero realmente solo de los que creen. Es cierto que la muerte de Cristo fue lo suficientemente poderosa para haber redimido a todo el género humano, satisfacer la demanda de justicia de Dios y quitar la barrera entre Dios y todos los hombres. Por lo tanto, todos pueden ser llamados a salvación y justamente condenados si rechazan este llamado. Mediante la muerte de Cristo, Dios hizo provisión por los pecados del mundo (cp. el análisis de 1 Ti. 2:6 en el capítulo 6 de este tomo).
Sin embargo, esa no es la enseñanza de este versículo, como se muestra por el empleo del adverbio malista (mayormente), lo que significa que todos los hombres disfrutarán en cierto modo de la misma clase de salvación de que disfrutan los creyentes. El adverbio no es adversativo u opuesto, no se puede decir que todos los hombres son salvos en cierto sentido, pero los que creen en otro sentido. La diferencia es de grado, no de tipo.
Parece mejor comprender este versículo como que enseña que Dios realmente es el Salvador de todos los hombres, quien realmente los salva; pero solo en el sentido temporal, mientras que a los creyentes Él los salva en el sentido eterno. En ambos casos, Él es su Salvador y hay salvación que Él hace a favor de ellos. En esta vida, todos los hombres experimentan hasta cierto punto el poder protector, liberador y sustentador de Dios. Los creyentes lo experimentarán en su grado pleno en este tiempo y por toda la eternidad.
La palabra Salvador no siempre está en las Escrituras limitada a la salvación del pecado. En la Septuaginta, la traducción griega del Antiguo Testamento, soter (Salvador) a veces se emplea en el sentido de «libertador» (cp. Jue. 3:9; 6:14; 2 S. 3:18; 2 R. 13:5; Neh. 9:27; Abd. 1:21). De la misma forma, palabras en el mismo grupo de palabras tienen ocasionalmente este sentido en el Nuevo Testamento (cp. Lc. 1:71; Hch. 7:25; 27:34; Fil. 1:19; He. 11:7). Una palabra relacionada, sőző («salvar») se emplea en los Evangelios para referirse a la sanidad física (Mt. 9:21-22; Mr. 5:23; Lc. 8:36, 50; Jn. 11:12; cp. Hch. 4:9). Dios es el Salvador de todos los hombres en que refrena la muerte y el juicio que todos los pecadores deben recibir por causa del pecado (cp. Ez. 18:4, 32; Ro. 6:23).
La realidad de que Dios libra a los hombres de la condenación instantánea y «[hace el] bien, [dándoles] lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría [sus] corazones» (Hch. 14:17), muestra que Él es el Salvador de todos. Él por gracia «es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas» (Hch. 17:25), у «hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos» (Mt. 5:45). Él da gracia a todos los hombres. Los incrédulos experimentan la bondad y misericordia de Dios, ya que no son aniquilados al instante por sus pecados. Ni tampoco les da Él constante dolor y privación absoluta. Ellos experimentan sus bendiciones temporales en esta vida.
Este principio se ilustra en Isaías 63:8-10:
“Porque dijo: Ciertamente mi pueblo son, hijos que no mienten; y fue su Salvador. En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la antigüedad. Mas ellos fueron rebeldes e hicieron enojar su santo espíritu; por lo cual se les volvió enemigo, y él mismo peleó contra ellos.”
El versículo 8 dice que Dios fue el Salvador de Israel. Él sacó a la nación de Egipto y los cuidó. Él proveyó alimento, agua y liberación de sus enemigos. Que no fue el Salvador, en un sentido espiritual, de todos los israelitas está claro en el versículo 10, que dice que Él se convirtió en su enemigo y peleó contra ellos. Ese pasaje es análogo al pensamiento de Pablo en 4:10. Dios es el Salvador de todos los hombres en un sentido temporal, jy mayormente de los que creen en el sentido espiritual de que ellos son librados de la penalidad del pecado para siempre!
Este fragmento fue extraído de Primera Timoteo, Comentario MacArthur del Nuevo Testamento [Grand Rapids: Portavoz, 2012), pp. 179-180).
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